Cuando el cariño aprende a convivir con todo
- Yais Barroso

- 10 jun
- 2 Min. de lectura
Hay vínculos donde el cariño tiene una presencia estable.
Un modo propio de acompañar.
Un ritmo que se reconoce sin pensarlo mucho.
Dentro de ese ritmo aparecen gestos pequeños que dejan una sensación extraña.
No deshacen el cariño, pero lo modifican un poco.
Y en esa mezcla, la incomodidad queda guardada, casi siempre en silencio.
Stanley relató un experimento en el que un animal, en un entorno sin amenaza, empezaba a desplumar a otros.
Lo llamativo no era la acción en sí, sino la escena donde sucedía: calma y roce ocupando el mismo lugar, como si la convivencia pudiera alojar ambas cosas sin tensarse.
No buscaba dar una explicación.
Solo mostraba cómo ciertas conductas se instalan cuando la proximidad lo permite.
En algunos vínculos humanos ocurre algo parecido.
Una frase dicha con cariño, pero con un filo que se siente.
Una risa que acerca y, al mismo tiempo, acomoda a la otra persona en un sitio que no siempre quiere ocupar.
Una manera de hablar que se ha repetido tanto que nadie la interrumpe.
Dentro de ese mundo compartido, todo se sostiene en una idea que funciona como regla interna.
Aquí somos así.
Y así, lo que inquieta se vuelve parte del paisaje.
No porque sea aceptable, sino porque convive con lo que también sostiene.
El vínculo encuentra su forma y la persona se ajusta a ella, a veces sin registrar el costo, otras veces notándolo apenas como un cambio leve en la respiración.
A veces, cuando la mezcla se deja ver sin apuro, algo del vínculo aparece con otra luz.
No cambia de inmediato.
Solo queda más nítido.
Y en esa nitidez, cada quien puede encontrar su propio modo de seguir.
Nos vemos en sesión ☺️
Contenido profesional.
No reemplaza un proceso clínico personalizado.
Si deseas trabajarlo en un espacio cuidado, puedes iniciar tu proceso desde aquí.



